miércoles, julio 26, 2006

Antes escribía cartas

La inmediatez del correo electrónico ha desplazado el ritual de escribir cartas. Aunque yo creo que la llegada del verano recupera esta actividad de querer contar personalmente con tu letra, con tu tiempo aquello que vives desde los lugares de ocio; y es que ya no te agobían las prisas diarias, no necesitas un ordenador portátil ni conexión wi-fi... pues eso todo un lujo asiático.
En mis vacaciones de verano escribía bastantes cartas. Al pueblo me llevaba una hoja por las dos caras con las direcciones de las amigas a las que escribiría. Gran parte de las mañanas transcurrían mientras redactaba lo ocurrido los días precedentes. Era muy divertido. Y laborioso. A veces hasta las pasaba a limpio. Había ya tantas flechas y tachones que remendaban lo dicho que más que una carta parecía un jeroglífico, y hombre están bien los pasatiempos estivales, pero no era plan...
Lo mejor era la espera. Todos los días ahí estaba pendiente de que llegara alguna carta. A eso de las 10 de la mañana se oían las ruedas del carro que acompañaban a la cartera subiendo la cuesta de nuestra calle. Distinguiría ese sonido entre un millón. Me quedaba quieta, esperando, quizás mirando detrás de las cortinas del balcón a ver si se paraba ante nuestra puerta y cerrando los ojos esperaba oír nuestro timbre ¿...?
Cuando llevaba ya bastante rato esperando a que llamara, mala señal... tocaba esperar por lo menos otro día más. ¡Aah, pero cuando sonaba la campana...! Como un rayo, bajaba corriendo las escaleras y con una sonrisa de oreja a oreja, abría la puerta. La cartera te miraba, ¡buenos días!, decía tu nombre y te entregaba uno, dos, ¡¡tres sobres!! ¡una ilusión incomparable!
Quizás se puede acercar cuando al abrir tu correo electrónico ves: Bandeja de entrada (5). Si hubiera uno o dos no te haces muchas ilusiones pero con cinco... ¡Todo no puede ser spam!