lunes, junio 27, 2005

Mis poros destilan música...

...bueno sin contar el sudor como es normal estos días... Llevaba ya unas semanitas, desde que vi el cartel de MetroRock 2005 con ganas de ir al concierto del viernes 24... y por fin..., ¡llegó!
Cuando, tras diversas hazañas para sortear el caos organizativo que reinaba en el Parque Juan Carlos I, conseguimos entrar al recinto y con las debidas provisiones, allí que fuimos directas al escenario central a eso de las 21.30-22.00, justo para empezar a disfrutar con Amparanoia, seguir con Los Delinqüentes y terminar con Bebe (luego siguieron O'Funkillo, pero nosotras nos retiramos a conseguir algo de comer, que la cosa estaba mu mala...) ¡Cómo disfruté, bailé, canté, chillé, salté, sudé...!, pues eso que me desmelé. Había oído hablar de Amparanoia, pero muy pocas veces la había escuchado y su directo fue una muy grata sorpresa. Los Deliqüentes son como ellos mismos se denominan, unos jerezanos (de la frontera) "rateros garrapateros" o lo que es lo mismo "esos bishos que nasen de los claveles", "useasé" un grupo con una juerga rumbera que te pone una sonrisa y no deja que pares de mover el cuerpo con "grasia" y olé. A Bebe tenía ganas de oírla en directo. Su disco lleva ya algo más de un año y lo sigo escuchando y no me canso; me gustó mucho; en el escenario es como una "niña shica", es como ella sola, descarada y sensible, mordaz (no perdérsela cantando "Mi mapa tiene una silla eléctrica" en el papel de hijita Bush!) y delicada a la vez (Siempre me quedará, Tu silencio), punk y flamenquita, rumbera y rapera; la gente se volcó en todo momento pero el apoteosis llegó con Ska de la Tierra, Los olivos y Siete horas y terminó con burbujas de jabón, sus compadres Los Delinqüentes y "Volando vooooy, volando vengooo".
El sábado la música tomó otros tintes... eran las fiestas de mi barrio La Almozara, en Zaragoza. Primero escuchamos a la banda de música de Peñaflor, con las típicas piezas de pasodobles, sí, pero bien tocadas, por supuesto, y además le pusieron un toque de originalidad a su repertorio tocando un poupurri de canciones italianas de los años 60 y 70. Aunque lo mejor estaba por llegar: la verbena. Vale sí, yo también bailé, lo confieso, pero en realidad mientras yo parecía que bailaba y hacía un poco el tonto sin preocuparme de nada más (esto es verdad que requiere mucha atención), mis ojos fueron recogiendo información para realizar un posterior estudio antropológico en toda regla. Allí había, padres con sus niños que no les importa como sus padres hace un poquillo el ridículo, al contrario, ¡hasta les gusta!; adolescentes que tienen la primera oportunidad de salir con sus amigos/as y ver a ese/a al o a la que le tienen echado el ojillo; adolescentes ya algo más mayorcitos que van, pero sin muchas ganas, a mirar un poco y ver quién se mueve por allí; inmigrantes (africanos, rumanos, chinos) que no se asombran ya de estos espectáculos que se reproducen casi semanalmente en verano en lo barrios zaragozanos; matrimonios que recuerdan sus guateques bailando amarraditos; niñas que lloran porque no quieren irse a casa todavía; solitarios que se mueven convulsivamente al ritmo de canciones del verano; y... los que me cautivaron... una pareja de novios, ella morena, bien arreglá, él también moreno, bien paresío (de aquí puede salir una copla...) acompañados por la abuela de ella, con su bata de rallas, con sus bolsillos grandes. La yaya, casi imperturbable, escuchaba el ritmo de la orquesta y con sus puños cerrados evitaba que se le escapara la concentración y acertara con el compás de las canciones. Su nieta, le miraba con ternura y le acariciaba la cara y el pelo, y los que estábamos al lado, sonreíamos... Me alegré de haberme decidido a ir este fin de semana a mi barrio, a sentir aunque fuera ese rato por la noche, a la gente, sus ganas de divertirse y de ser ellos mismos.