sábado, febrero 03, 2007

Rubor

Recuerdo el sonrojo como un compañero fiel desde siempre. Cuando niña, en 3º o 4º de EGB, mi cara era todo un rubor cuando la profesora nos hacía decir la lección en alto delante de toda la clase o cuando me mandaba a otra clase para pedirle a otra profesora un borrador o cualquier otra cosa (en alguna ocasión hasta me negué a ir a la clase...). En la adolescencia aunque también mi cara se encendía al hablar delante de la clase en el instituto o universidad, casi siempre estaba asociado con la timidez a relacionarme con el desconocido sexo masculino. Mientras he ido creciendo, conociendo a gente, tomando decisiones, adquiriendo responsabilidades, la vergüenza ha ido disminuyendo, pero sigue ahí. Los motivos ahora son diferentes: por hacer algún comentario rídiculo, de impotencia, enfado, sentir que la atención está puesta sobre mí, ... Pero aunque sienta que me sonrojo no le doy la importancia que antes le daba a que la gente vea tan claramente por mi color que ha habido algo que me ha turbado, y sobre todo a que le den un significado, ya sea acertado o no. Una vez un profesor de lenguaje del instituto (la única vez que he oído a alguien hacer un comentario positivo sobre el rubor) me explicó el encanto que para los hombres tiene el que una mujer se sonroje. Me sonó alagador lo que me dijo, pero ¿quizás era una forma de pensar algo machista tras la cual se escondía la idea de que el hombre ve deseable a una mujer débil a la que proteger, inocente, tímida, apacible, sumisa,...? Puede... pero me gusta pensar que a veces con este inconveniente que tenemos las tímidas se pueda conseguir el efecto contrario que creemos que estamos causando.