martes, mayo 01, 2007

El arte está en el Metro

Nacho Campillo componente de Tam Tam Go! ha participado -como hace unos días lo hizo Josua Bell, violista prestigioso en el metro de Washington-, en el experimento que demuestra que "necesitamos un contexto para apreciar la belleza. La opinión de expertos, la fama, el glamour, el escenario, y todas las demás cosas que rodean a una pieza de arte, son tanto o más importantes que la pieza en sí" (Fuente: Sushi Knights).
La elección de que estos artistas se sitúen en los pasillos del metro de grandes urbes para llevar a cabo el experimento, tiene su aquel.
Creo que esta prueba pone también el acento en el cómo somos y cómo vivimos hoy en día en las grandes ciudades.
El metro es el emblema perfecto que representa al latir diario de las ciudades de hoy: la aceleración, la masividad, el individualismo. Tras vivir varios años en Madrid, intento comprender a esa gente que no reconoció el arte cuando se toparon con él y recordar esos cientos de veces que recorrí esos pasillos, andenes, vagones, estaciones... Me recuerdo, con un libro, con un reproductor mp3 o los pensamientos propios para hacer ese discurrir diario por las instalaciones, menos tediosas y largas.
Es una reacción necesaria, esa de que el ciudadano que todos los días debe moverse en el suburbano, se cubra de indiferencia para no verse sobrecogido por la cantidad de gente con la que se encuentra, los empujones, el cansancio, el calor, los pisotones, la gente pidiendo limosna, y claro, los artistas callejeros.
También tengo que reseñar que aunque la gente debe utilizar ese escudo cada vez que se sumerge en el metro -yo así aprendí a hacerlo-, también debería tener un resquicio, un mínimo de su sistema de comunicación para detectar y ser sensibles a esos hechos raros, curiosos, desagradables o agradables. Creo que yo todavía conservaba la capacidad de sorprenderme, quizás, por no haber nacido en Madrid, seguramente. Cada vez que entraba un músico en el vagón me alegraba y me apagaba el mp3, o cuando estaban en la esquina de alguna encrucijada de pasillos y escaleras mecánicas, subía los escalones dándome la vuelta para que durara más la música.
Eso sí, la corriente humana, los deberes diarios, la velocidad, el tiempo que se movía rápidamente, me impedía parar y deleitarme con la música.
Quizás porque no coincidí con Nacho Campillo en el metro. Yo creo, y no es por echarme flores, que me hubiera parado a escucharlo.