sábado, agosto 12, 2006

Helada

Otra cosa no puedo decir. Este verano está siendo helado. Y no me estoy refiriendo con ello a estas temperaturas tan agradables e inusuales que estamos teniendo a principios de agosto.
No. Me refiero a que hacía tiempo que no degustaba semanalmente (por no decir casi diariamente) de esa crema congelada, pero derretida, con la que podemos disfrutar de tantos sabores. El helado. Pero en vasito (el cucurucho no está mal, pero mejor el vasito). Nada que ver con el polo, las tarrinas de litro, el sorbete, granizado. Nada. El helado de toda la vida.
En ocasiones he intentado ser valiente y probarlos de los gustos más variados y atrevidos; sí, por supuesto, siempre en busca de nuevas sensaciones; pero estos nuevos sabores para mí, no han sido nada. Al contrario, he obtenido muchos sinsabores a cambio...
Recuerdo un día de paseo estival cuando tuve la ocurrente idea de probar un helado de ¡¡¡menta con trocitos de chocolate!!! No sé..., por entonces tendría mi época verde, porque no sé que pude ver en ese helado para querer probarlo... Nefasto, nefasto. Estamos de acuerdo que un helado tiene que ser refrescante, pero el de menta fue una experiencia ULTRA refrescante. Por algo la pasta de dientes abusa tanto de ella, claro..., en fin, que el helado consiguió provocarme un estornudo cada vez que me atrevía acercarme a él y tuve que abandonar mi atrevida e insolente decisión.
Así que aunque siempre tengo la esperanza de encontrar algo nuevo que me tiente y me sorprenda, yo me rindo ante los sabores tradicionales (leer parándose en cada una de las sílabas de las palabras, como saboreando las palabras...) la fresa, nata, stracciatella, chocolate..., y mi preferido, el número uno, el inigualable: el helado de tutti frutti.
Me deshago, me deleito, vasito en mano y cucharada a cucharada, con ese sabor dulce, semicongelado, alternando los bocados con trozos de fruta escarchada escondidos entre su crema.
De... li... cio... so.