domingo, septiembre 17, 2006

Azar

casualidad o coincidencia.
El azar es después de haber sido. Es esa sorpresa resultado de la confluencia de varios hechos independientes entre sí y que coinciden en un momento en el tiempo y en el espacio.
Me encanta contar esos momentos y su contexto para causar en la otra persona esa misma sensación que te inundó cuando comprendiste la esencia del suceso fortuito.
He aquí el porqué de estas dos pequeñas historias.

La primera no me ocurrió a mi directamente, sino a mi padre.
Hará diez años, mi padre trabajaba montando muebles, cocinas, etc. por diversas casas. Era verano, y él trabajaba en Zaragoza mientras el resto de la familia estábamos en Aguarón (algunos años nos pasábamos allí gran parte del verano). Así que un día de aquellos trabajando en casa de una señora ya mayor, le comentó que cuando terminaba la jornada de trabajo, todas las tardes en vez de irse para Zaragoza, se iba para el pueblo que quedaba cerca. La mujer siguiendo la conversación le preguntó a qué pueblo iba. Mi padre le dijo que a Aguarón. Vaya qué cosas ¡si es mi pueblo!, le contestó. Resultaba que ella había nacido y vivido en una casa que hacía años había vendido. Mi padre le siguió preguntando la calle en la que había estado su casa. Vaya, pensó él, qué casualidad, ¡si su casa estaba en la misma calle que la nuestra! Pero no sólo eso. Al seguir explicando la mujer dónde estaba situada exactamente, mi padre ya no podía creérselo. ¡Estaba hablando con la dueña original de nuestra casa! Nosotros la compramos a una familia a la cual esta señora se la había vendido. Por eso no la conocíamos. Con curiosidad mi padre le pidió que contara como había estado distribuido el interior de la casa en sus tiempos. Y así fue como nos enteramos que debajo de nuestra casa del pueblo teníamos ¡una bodega!, con sus estrechas escaleras de piedra, arcos de medio punto...

Lo siguiente sí me ocurrió a mí cuando vivía en Madrid.
Una tarde de octubre, allá por 2003, iba a salir a hacer algunos recados. Al coger mi chaqueta de pana marrón me sentí algo rara. Me miré en el espejo. O yo había encogido o la chaqueta me quedaba algo grande. En fin. Pero lo que ya sí me dejó algo extrañada fue que al meter las llaves en los bolsillos de esa chaqueta, podía meter la mano, algo que hasta entonces no era posible porque siempre habían estado cosidos. Era una tontería, sí; pero no tenía sentido. Al meter las dos manos en los bolsillos mientras daba vuelta a estos pensamientos, palpé en uno de ellos un papel. Era un ticket bastante largo de una compra en un supermercado, que aunque estaba relativamente cerca de casa, jamás había estado ahí. Lo más lógico (porque tengo que confesar que pensé cosas ilógicas) sería que alguna de mis compañeras de piso le habría apetecido coger la chaqueta y ya está. Así que olvidé el tema hasta que por la noche coincidimos en casa. Para nuestra sorpresa, ninguna la había cogido. No entendíamos nada. Una de mis compañeras, tras darle vueltas al asunto, pensó que lo que podría haber sucedido es que yo hubiera dejado la chaqueta en algún sitio en el que hubiera más gente, y alguien por equivocación cogiera la mía y yo me llevara la suya. Pero yo no recordaba en qué momento podía haberme sucedido esto... hasta que un recuerdo salió de entre las sombras y... ¡en la peluquería! Allí siempre te quitaban la chaqueta y la guardaban en un armario. Tenía que haber sido ahí. La suerte hizo que aparte de que coincidiéramos dos personas en una peluquería con la misma chaqueta, que no era tan difícil, que ese mismo día la mujer que se llevó mi chaqueta hiciera una compra semanal de reparto a domicilio y metiera el ticket en el bolsillo. Un ticket en el que aparecía su número de teléfono. Así fue como recuperé mi talla S de chaqueta. Porque efectivamente la suya era una talla más grande. Me hubiera gustado ver su cara cuando le conté la historia por teléfono, pero más me hubiera gustado verla cuando se puso por primera vez la chaqueta que le hizo sentirse más grande y cuando fue a meter las manos en sus ¡bolsillos cosidos!